Es un
motivo casual casi siempre, para que un hombre se considere superior a los
demás. Más claro: es un título para ser vanidoso. Y ahora pregunto yo: ¿Han
puesto de su parte esos caballeros de cuello de latón para nacer de padres
distinguidos? ¿No podrían ser hijos del cochero de la casa, lo mismo que de su
papá? Y entonces ¿por qué miran con menosprecio a los hijos del cochero. Nacer
noble, no cuenta ningún trabajo; lo que cuesta ningún trabajo; lo que cuesta
trabajo es ennoblecerse. Usted, sapientísimo señor, ¿por qué se echa tanto para
atrás, y lleva siempre en los labios una sonrisa despreciativa para todos los
que no hacen versos o discursos, aunque muchos pueden hacerlos superiores a los
de usted? ¿Ha hecho usted algún esfuerzo para tener talento? ¿Sabe usted
siquiera agradecer a Dios el don que le ha concedido? ¿No sabe usted que el
mérito se rebaja con la soberbia? Y usted, señor millonario, que encontró
labrada, por su padre o por otro, la fortuna que derrocha, ¿De qué se envanece
usted? ¿Tiene usted siquiera la satisfacción de haberla ganado trabajando
lentamente? Pues entonces, ¿Por qué mira usted con tanto desdén a los que no
tuvieron padres trabajadores, económicos, afortunados, o siquiera ladrones, que
les dejaron grandes caudales?
Sea
como fuere; admitamos que hay tres aristocracia, y veamos cuál de ellas tiene
mejor fundamento.
Estamos
de acuerdo en que la sangre humana no es igual, y en que hay gentes, como hay
caballos, de pur sang. Pero es preciso también convenir en que la sangre pura
no sirve para nada si no está acompañada de bellas cualidades que correspondan
a la estirpe. Por más enrazado que sea un caballo, si no sirve para correr en
el hipódromo, va a arrastrar una carreta. Así mismo sucede con la especie
humana. Un hombre de sangre pura, si no tiene cualidades correspondientes a su
categoría, vale menos que cualquier plebeyo. Figuraos un noble estúpido y
pobre, (que no sería un caso singular). ¿Puede haber algo más triste? La
nobleza entre esas dos desgracias es un ludibrio.
No hay
nadie más vecino a la ignominia que un noble arruinado.
¡No es
posible calcular hasta donde es capaz de humillarse, por rescatar sus
pergaminos de la polilla de la miseria! Consecuencia. La aristocracia de la
sangre no vale nada, si no está apoyada
por el dinero.
Pasemos
ahora a la aristocracia del talento. El talento necesita guantes y cuello
limpios para ser admitido en el estrado social. La sociedad, acaso
injustamente, no reconoce talentos en quien no ha podido proporcionarse con él
una situación, aunque sea mediana. Luego: la aristocracia del talento necesita
el barniz del oro para ser reconocida y atacada. El talento en la miseria, no
es blasón sino suplicio.
Sentirse
más alto que los demás, y tener que andar a rastras para alcanzar un pedazo de
pan, debe ser el mayor de los tormentos. ¡Homero! ¡Milton! ¡Cajones! Apelo a
vuestro testimonio.
Pongamos
ahora en tela de juicio la aristocracia del dinero. La sociedad, tal como está
constituida, ha sintetizado en cuatro palabras el espíritu de la época.
TANTO
VALES, CUANTO TIENES
Fórmula
espantosa, pero positiva. Los ricos no necesitan ser sabios: ellos tienen con
qué comprar la sabiduría ajena cuando la han menester. El talento se presupone
en quien ha sabido heredar, acumular, conservar o robarse impunemente una
fortuna. La sangre pura, la nobleza, que es supremacía en la sociedad, se
concede forzosamente a todo el que puede brillar en ella y derramar esplendor y
champaña en sus salones. De todo lo dicho resulta: que la verdadera
aristocracia del nacimiento necesita estar apoyada en el dinero. La aristocracia
del talento necesita el auxilio del dinero. Mientras que la aristocracia del
dinero no necesita sangre pura, ni talento claro. ¡Y después se admiran algunos
del afán que tienen los hombres por enriquecerse! El trabajo constante y las
proezas heroicas, así como en los crímenes, las injusticias, las deslealtades,
las bajeza y todo lo que se hace por adquirir fortuna, es la consecuencia
forzosa del espíritu de la época.
Para
mí las aristocracias no son tres, sino cuatro. La más grande es la cuarta,
porque prevalece de las otras. ¡La aristocracia del Poder! Es la que está
consagrada desde el principio del mundo, en todos los pueblos de la tierra, y
la que perdurará hasta el fin de los tiempos. La aristocracia del poder
hereditaria en las monarquías, alternativa en las democracias, no dejará de
existir jamás, porque los hombres que gobiernan, sea por consentimiento forzoso
o por voluntad de los pueblos, representan la dignidad nacional y tienen que
ser acatados. Esta aristocracia es más afectiva y menos hiriente que las otras,
porque es impersonal.
Los
gobernantes no tienen nombre: se llaman autoridad, y pesan por igual sobre
todas las clases sociales. La autoridad, amada y bendecida, cuando es benéfica,
o execrada, cuando es maléfica, siempre inspira respeto, y se ve más alta que
el nivel común. No he querido hacer otra nobleza de la virtud, porque ella es
el timbre de toda aristocracia legítima. Sin virtud no hay nobleza. Concluiré
este sencillo estudio, recordando a los que han alcanzado el favor de Dios para
elevarse sobre los demás en cualquier línea, aquellas palabras del Evangelio:
Los humildes serán ensalzados. Los soberbios serán abatidos.
AUTOR:
Francisco de Sales Pérez (Justo)
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